El plan de paz de Trump
La decisión del Presidente Trump de reconocer a Jerusalén como la capital de Israel ocurrió contra el contexto de su ambición de idear una propuesta de paz integral para Israel y los palestinos. Las presiones y amenazas que emanan de líderes del mundo árabe, tanto como de países de la UE, deben plantear preguntas sobre las presunciones básicas que están guiando al presidente cuando busca lo que ha llamado “el acuerdo definitivo.”
GENERAL DE DIVISIÓN GERSHON HACOHEN
Cuando asumió el cargo hace un año, Trump declaró que como un experimentado empresario, él llevaría a las partes aun acuerdo que sería ventajoso para ambas. Pero se debe preguntar: ¿Cómo es posible hablar de esta cuestión en términos de un acuerdo?
En el mundo empresarial, el objetivo es preparar un terreno legal que asegure que un acuerdo firmado no tendrá que ser reabierto para negociación. El período de negociación está sujeto a desafíos y sorpresas, pero desde el momento en que se firma el tema, es final.
Los acuerdos entre estados y pueblos, sin embargo, es probable que sean revisados cuando cambian los intereses nacionales. Aun cuando las negociaciones y acuerdos entre estados muestran un patrón de comportamiento similar a lo que ocurre en el mundo empresarial, sigue existiendo una diferencia crucial: los pueblos tienen aspiraciones nacionales que son más fuertes que cualquier acuerdo. Esas aspiraciones no están bajo el control de los líderes y no pueden ser concedidas en negociaciones. Ellas continúan aumentando las pasiones aun cuando su satisfacción haya sido diferida. Un acuerdo redentor simplemente no puede ser logrado en un conflicto que es tan complejo como lleno de sueños nacionales-religiosos en conflicto como el conflicto israelí-palestino. ¿Cuán lejos, después de todo, se puede esperar que vaya cualquier pueblo en renunciar a sus sueños?
Entre la política y el humanismo
Lo que está involucrado aquí es una cuestión básica respecto a los motivos detrás del comportamiento humano. Es reflejado en un debate reciente entre intelectuales occidentales acerca del lugar y rol del nacionalismo en el orden global emergente. Alexander Yakobson (Haaretz, Octubre 31, 2017) hizo bien la pregunta: “¿Puede un movimiento ideológico renunciar a un principio sacrosanto al que ha jurado no renunciar nunca? Si – si las restricciones de la realidad son suficientemente difíciles y actuales.”
Mi concepción del comportamiento humano es diferente: las restricciones de la realidad pueden de hecho llevar a los líderes ideológicos a un compromiso, pero el acuerdo resultante es siempre temporario y espera un cambio estratégico en el cual todo será reconsiderado.
Las pasiones nacionales pueden ser reprimidas y diferidas, pero no se disipan. Cien años después de la caída del Imperio Otomano, la pasión turca por tierras que estuvieron bajo control turco antes de la Primera Guerra Mundial y continúa ardiendo e impulsando la política y actividad regional del Presidente Erdoğan. Muy parecido es lo que ocurre con los iraníes: la edad dorada del reino de Darío impulsa su lógica actual. Ni siquiera una frontera nacional acordada obstruye los anhelos nacionales que esperan su hora.
Esto no sólo ocurre en el Medio Oriente. Para millones de alemanes, las ciudades de Breslavia y Dánsica – las cuales, después de la Segunda Guerra Mundial, se convirtieron en ciudades polacas – son todavía parte de la patria alemana.
La disputa aquí se extiende mucho más lejos que el conflicto israelí-palestino. Es una controversia entre el realismo político y el idealismo humanista, originado en premisas diferentes sobre la lógica esencial que impulsa el comportamiento de la sociedad humana. En la perspectiva básica educada y liberal, el mundo puede y debe estar en un equilibrio moral positivo.
Esta situación ideal será lograda, así se argumenta, si sólo nos las arreglamos para quitar los obstáculos, para dar forma a un buen acuerdo y a un arreglo satisfactorio, para poner a la realidad en un curso de la prosperidad y desarrollo. Debido a que los seres humanos son criaturas básicamente razonables, serán capaces de estabilizar sus patrones de comportamiento dentro del marco existente, bajo las condiciones de la paz. Cuando la humanidad emerge de la oscuridad hacia la luz, nunca querrá retornar a la oscuridad. Esa, en resumen, es la base del Iluminismo. ¿En las últimas décadas, ha aprobado la prueba de la realidad?
Allí radica el fracaso conceptual del intelectual occidental liberal. Es dudoso si los emisarios negociadores del presidente – Jason Greenblatt y Jared Kushner – pueden ser salvados de los fracasos de sus predecesores.
¿Un fin a la “ocupación”?
Si uno ve los acuerdos nacionales como temporarios por naturaleza, uno no se sorprende por lo que dijo Yasser Arafat, antes de entrar a Gaza en el verano de 1994, en respuesta a un escéptico que fue crítico del Acuerdo de Oslo: “Llegará el día en que verás a miles de judíos abandonar Palestina. No sucederá en mi período de vida, pero lo verás en tu período de vida. El Acuerdo de Oslo ayudará a cumplir esa visión.”
Fue con lógica similar que el líder de Hamas, Jalid Mashal, explicó su apoyo a la solución de dos estados: “Algunos temen que puede ser una apertura a un camino que han tomado otros, con el gran sueño haciéndose más pequeño al final, y digo no. Creo que la liberación de Palestina sobre las fronteras de 1967 es un objetivo que se puede lograr, y desde un punto de vista práctico creo que quien sea que libere a Palestina en las fronteras de 1967 liberará al resto de Palestina.” Ese es el Plan en Fases en pocas palabras.
Un buen acuerdo se supone que beneficie a ambas partes. Aun cuando ellas no obtuvieran todo lo que querían, cada parte es afortunada de haber obtenido lo que obtuvo. Al menos, eso es lo que se supone que ocurra.
Efraim Karsh, en su estudio del 2016 “El Desastre de Oslo” (Begin-Sadat Center for Strategic Studies), nota que cuando las FDI completaron su retirada de las partes pobladas de la Margen Occidental en enero de 1996, Israel pensó que dejaría de ser acusada de ser una “ocupación ilegítima.” La retirada de todos los centros de población en Gaza ya había sido implementada totalmente con anterioridad, en mayo de 1994. Y de hecho, una vez que la retirada de la Margen Occidental había sido llevada a cabo también, fueron celebradas elecciones para el Consejo Nacional Palestino, y llegó a un final el control de la Administración Civil israelí sobre la mayoría de los palestinos. Ahmed Tibi, asesor de Arafat en la época, declaró, “De ahora en más hay un estado palestino.” Yosi Sarid y Yosi Beilin hicieron afirmaciones similares y expresaron alivio que había terminado la ocupación.
Sin embargo Israel continúa, en el 2018, siendo acusada de ser una “ocupación ilegítima.” ¿Cómo se las ha arreglado el mundo para omitir que para una gran mayoría – un 90% – de los palestinos, la ocupación llegó de hecho a un alto en enero de 1996? Aun más, ¿cómo puede ser que incluso después de la retirada completa de Gush Qatif en el 2005, la Franja de Gaza es vista todavía internacionalmente como un territorio bajo ocupación israelí?
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¿Qué puede prometer entonces la iniciativa de Trump si esta vez también, después que Israel de a los palestinos lo que ellos demandan, la recompensa está faltando aún? Puede ser que, a pesar de las expectativas educadas, otro acuerdo no sólo no constituiría un “buen acuerdo”, con ambas partes olvidando sus aspiraciones nacionales, sino que las intensificaría en forma interminable. Desde un punto de vista israelí, tiene que entenderse que en una dinámica de negocios, la concesión de hoy es vista como un punto de inicio para las conversaciones de mañana. En tal realidad, lo que se necesita son habilidades distintas a las que tuvieron éxito en el mundo de los negocios.
Con información de: ENLACE JUDÍO
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