Latinoamerica - Existimos: El movimiento evangélico en Cuba
CBN LATINO - Tiempo atrás le comentaba a unos amigos que el mítico jefe de la guerrilla urbana contra el dictador Fulgencio Batista, Frank País, era bautista. Ante la «revelación» mis interlocutores reaccionaron sorprendidos. Desde entonces me pregunto cuánto conoce el creyente promedio de su historia como grupo social.
¿Sabía usted que el ataque de un pirata trajo consigo a La Habana la semilla del protestantismo? ¿Que fueron europeos y no estadounidenses los primeros misioneros? ¿Que uno de los hijos de Carlos Manuel de Céspedes era evangélico? ¿Acaso estamos al tanto de cuánto ha influenciado el Cuerpo de Cristo en el devenir nacional?
No me he propuesto interpretar o juzgar episodios históricos (aun cuando, estoy seguro, la subjetividad me ha puesto alguna que otra zancadilla). Si bien queda más por decir, mi deseo es que el lector se adentre en lo que han sido, aproximadamente, los primeros 130 años del cristianismo cubano.
De piratas, mambises y otras historias ocultas
Si ponemos en reversa la máquina del tiempo conoceremos que en Cuba los primeros acercamientos con el protestantismo llegaron vía Europa, y no desde los Estados Unidos.
Posiblemente el contacto originario ocurrió cuando el temido corsario Jacques de Sores tomó la Villa de San Cristóbal de La Habana. Como es de suponer, dicho «encuentro» fue muy desafortunado. De Sores ocupó la urbe cerca de un mes antes de reducirla a cenizas en el verano de 1555.
En el informe del cabildo habanero se explicita que el francés profanó los templos católicos. Y señala el funcionario de Su Majestad:
« (…) [Jacques de Sores] era, según dicen, picardo o normando, grandísimo hereje luterano él, y todos los que con él venían, lo cual se parecía en las palabras que decían y obras que hacían».
Pasará más de un siglo para que la ciudad reciba otra vez al protestantismo. Con la ocupación británica entre 1762 y 1763 arribaron algunos pastores, aunque -señalan investigaciones- no se tienen evidencias de que se quedaran de forma permanente o constituyeran iglesias.
La historiografía también recoge la tentativa precoz por introducir el metodismo en la Isla. En 1836 el misionero inglés Jorge Davidson -enviado a Cuba procedente de Jamaica- fue detenido y expulsado por las autoridades coloniales españolas, que veían en las doctrinas evangélicas un enemigo potencial para su dominio en el terreno espiritual y social.
Ninguno de los sucesos antes mencionados propició un enraizamiento del protestantismo en la Isla. Es por ello que siempre escuchamos decir que su introducción se origina como producto de nuestra cercanía geográfica con los Estados Unidos, país con una tradición religiosa esencialmente reformista.
Según Caridad Massón Sena, doctora en Ciencias Históricas del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, «estas iglesias tuvieron su génesis en la Isla por la acción de un conjunto de misioneros, a los que se les ha llamado acertadamente patriotas, porque eran personas que por razones políticas habían emigrado de Cuba a los Estados Unidos en el período de la primera guerra de independencia y después de su regreso trajeron consigo la semilla del Evangelio».
Algunos cubanos residentes en la Florida y exiliados independentistas abrazaron el mensaje de salvación. Incluso, la fe evangélica significaba para muchos una propuesta enfrentada a la conducta del clero cubano; monárquico en su mayoría.
Entre los patriotas ilustres que asistían a los servicios de Iglesias evangélicas se encontraban Carlos Manuel de Céspedes (uno de los hijos del Padre de la Patria), el general independentista Alejandro Rodríguez, y el coronel del Ejército Libertador Fernando Figueredo. Pedro Duarte, uno de los preparadores de la Guerra del 95 y amigo del mismísimo José Martí, llegó a ser predicador.
Otro caso interesante es el de Alberto de Jesús Díaz, médico de profesión, «Este pastor fue el iniciador de la obra bautista en nuestro país -destaca la historiadora Yoana Hernández- (…) mantuvo estrechas relaciones de amistad con Juan Gualberto Gómez y Antonio Maceo». Tras el cese de la guerra retornaría a su tierra natal en calidad de misionero.
Muchos pastores criollos formados en territorio estadounidense integraron la célula matriz del movimiento protestante en la Isla. Hernández insiste en que estos hombres fueron quienes trajeron las ideas evangélicas antes que los misioneros norteamericanos.
De un siglo para otro
Una vez iniciada la Guerra del 95 la oficial Iglesia Católica –que ya veía con malos ojos la labor evangelística protestante- y la Capitanía General hicieron todo lo que estaba a su alcance para restringir las actividades del nuevo movimiento. Algunos protestantes se habían alzado en armas o conspiraban, y por este motivo varios pastores fueron empujados al exilio.
Muchas congregaciones quedaron sin su liderazgo. Y aunque no todos los líderes religiosos apoyaron la gesta independentista el panorama bélico provocó que el campo misionero en Cuba se redujera considerablemente.
Sin embargo, a partir de la capitulación española en Santiago y durante toda la primera ocupación norteamericana (1898-1902) el número de misioneros aumentó. En su mayoría llegaban desde suelo estadounidense. Al cierre del siglo XIX en la isla predicaban misioneros de las siguientes congregaciones: Sociedad de Amigos (Cuáqueros), Iglesia Bautista del Norte, Iglesia Bautista del Sur, Congregacional, Discípulos de Cristo, Metodista del Sur, entre otras.
Fue al término de la guerra que miles de emigrados regresaron a Cuba. Llegaban prósperos hombres de negocios, humildes jornaleros, graduados de farmacia, ingenierías, personas cultísimas, exiliados políticos. Muchos confesaban a Jesús como Señor y Salvador.
Las primeras congregaciones que se instituyeron en territorio nacional fueron iglesias tradicionales como la bautista, la metodista y la presbiteriana. Estas y otras como los Amigos Cuáqueros son conocidas por la historiografía como el grupo del «Protestantismo histórico cubano».
Ya para los años 20 empezaron a asentarse los pentecostales; y también nacieron iglesias como los Pinos Nuevos y el Bando Evangélico Gedeón.
Entre la tercera década del siglo XX y 1960 se establecieron casi todas denominaciones protestantes de tipo pentecostal reconocidas legalmente en la actualidad.
Las primeras florecieron a partir de la labor de misioneros extranjeros, como en el caso de Las Asambleas de Dios, en los años 30. Luego surgirían varias como desgajamiento de las originales (la Cristiana Pentecostal, por ejemplo) en los 50.
La influencia de las denominaciones norteamericanas se hizo sentir, sobre todo, en el que paradójicamente fuera uno de los sitios más corrompidos de la república: Playas de Marianao, en la periferia habanera. Era una épca en la que crecía el número de casinos, la violencia gansteril, la marginalidad y las trastadas militares.
A diferencia de la Iglesia Católica los grupos evangélicos misionaban en espacios apartados, de difícil acceso, complejos por su situación económica o social. Tanto en la ciudad como en el campo era fácil encontrar un predicador. Característica que hoy se mantiene.
Fidel Castro contaba en alguna ocasión que en su juventud apreciaba cómo esas denominaciones tenían un arraigo tremendo en sectores humildes de la población. También observaba en ellos una práctica religiosa disciplinada, consecuente con sus sentimientos y acciones.
Refiere la doctora Massón Sena el interesante dato de que «cuando el 1ro. de Enero de 1959, el dictador Fulgencio Batista escapó de Cuba con sus principales acólitos (…) la comunidad protestante era, en términos aproximados, de unas 300 mil personas, o sea, una minoría de la población».
Sin embargo, cuando el 3 de enero se formaba el primer gabinete gubernamental, este incluyó personas de diferentes creencias. Entre ellos había algunos evangélicos como los ministros Faustino Pérez y Manuel Ray, y funcionarios como José A. Naranjo, José Aguilera Maceira, Daniel Álvarez, Manuel Salabarría y al reverendo presbisteriano Raúl Fernández Ceballos.
En el horno de los 60
Aún con facilidades como la de acceder a puestos en la élite política, los primeros momentos del proceso sacudieron a la comunidad evangélica nacional.
Medidas como la ejecución de varios criminales de guerra motivaron protestas públicas de algunos bautistas. Y cuando en 1961 Estados Unidos rompe relaciones diplomáticas con la Isla el resultado es muy traumático para buena parte de las congregaciones instaladas en el país.
En su mayoría, las matrices de las denominaciones cubanas tenían su sede en Norteamérica. Incluso, algunas nacidas aquí, como la Liga Evangélica tenían fuertes vínculos económicos y doctrinales con otras estadounidenses.
Las relaciones entre el mundo protestante cubano y el Estado se vuelven sumamente tensas. La discriminación a que fueron sometidas personas que profesaran alguna religión se materializó en los años posteriores. Las fechas religiosas, como Viernes Santo, se borraron de los calendarios. Hubo que esperar a inicios del siglo XXI y la visita de un Papa, para que volvieran a acompañarnos otras fiestas.
A este panorama se sumaba la continua nacionalización de los medios, las pequeñas y medianas empresas, y en 1963 las instituciones de enseñanza privadas. El choque entre un pasado que estimulaba la libre empresa y un presente que promovía la estatalización fue violento.
Muchas denominaciones se sustentaban económicamente gracias a pequeños negocios; y tenían en sus medios de comunicación y escuelas un recurso evangelístico.
La doctora Massón Sena recuerda que a partir de 1961, tras la batalla de Playa Girón, quedaron suspendidos todos los programas radiales y televisivos de carácter religioso, excepto La Hora Bautista que se continuó trasmitiendo hasta 1963.
Aún cinco años después el diario El Mundo (uno de los más antiguos en activo) mantenía la sección Notas Evangélicas, del Reverendo Raúl Fernández Ceballos. En ese espacio Fernández reveló que según la Sociedad Bíblica Cubana, hasta enero de 1968 existían en Cuba 34 denominaciones evangélicas.
Escribía el Reverendo:
«De éstas las hay que tienen solamente una o dos Iglesias organizadas y otras que llegan a más de cien. Hay denominaciones que llevan a cabo su tarea en determinadas provincias y otras que se extienden por todo el territorio nacional. –Y añadía- La preparación académica de los pastores varía mucho y los emolumentos que reciben de sus congregaciones no es la misma. Un porcentaje reducido de pastores trabaja en la vida secular».
Los convulsos primeros años de la Revolución propiciaron que, por cuestiones de seguridad, durante la lucha contra bandas terroristas, el gobierno tuviera que cerrar un campamento metodista conocido como La Herradura.
El lugar, fundado entre 1956 y 1957 por el misionero norteamericano John Strauss, estaba ubicado en una zona de conflicto: el Escambray. Sucesos como este no creaban mayores tensiones entre las autoridades gubernamentales y religiosas, pero sí la interrupción de las rutinas de la comunidad evangélica. El malestar era entendible.
Sin embargo, la creación de las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), en noviembre de 1965, para reclutar durante el período del Servicio Militar Obligatorio, instituido un año antes, a individuos que no podían empuñar armas por motivos religiosos (entre otros), constituyó uno de los ejemplos más tristes e irracionales de la política revolucionaria.
Estas unidades establecieron una forma de movilización hacia campamentos agrícolas. Allí se trasladaban a los «no confiables socialmente». Se incluían en esa categoría a cristianos, vagabundos, lúmpens, homosexuales, holgazanes y delincuentes, bajo el criterio de que el trabajo debía contribuir a «enmendar» sus conductas.
Varios creyentes que fueron movilizados señalan aquella medida como una experiencia traumática. A muchos de ellos, personas honestas y trabajadoras, se les trataba como a crápulas.
Estas unidades sirvieron de escenario a «excesos que fueron denunciados por vecinos revolucionarios, por el Consejo de Iglesias y por otros canales de información», puntualiza la Doctora Massón Sena.
Ante las repetidas denuncias el gobierno del presidente Osvaldo Dorticós envió varias comisiones investigadoras que se convencieron de lo erróneo de la medida. Finalmente fue desarticulada en junio del 68.
Hoy por hoy
Con la crisis iniciada tras el derrumbe del Campo Socialista y la Unión Soviética el Estado cubano da algunos pasos hacia una mayor democratización.
Así, por ejemplo, en 1990 finalmente se aprueba la apertura de «casas culto» en aras de favorecer espacios para la reunión de creyentes donde no existieran congregaciones. Pero desde los años 70 mucho tendrá que llover hasta que el plano legal flexibilice sus bases respecto al pueblo evangélico.
El reconocido sociólogo Aurelio Alonso expone cómo «la discriminación ateísta institucional, formalizada tácitamente incluso en el I Congreso del PCC en 1975, se mantuvo durante casi tres décadas (…) porque había comenzado desde la primera mitad de los 60’, y duró hasta los 90’».
Alonso señala que la pregunta « ¿tiene usted creencias religiosas?» se convirtió en un instrumento burocrático para cortar las posibilidades de ingresar a carreras universitarias (sobre todo el Periodismo, la Psicología, entre otras) o a determinados puestos laborales, según testimonios de muchos cristianos.
Incluso, en el ámbito político el creyente quedaba en una situación de desventaja. El acceso a la militancia del Partido Comunista de Cuba (PCC), único con poder legal en la isla, estaba negado rotundamente. De manera que los cristianos no tenían una representación política -siquiera voz ni voto- ante las instancias gubernamentales. Un signo implícito de segregación.
En 1981, el ya presidente Fidel Castro reconoció sobre este tema:
«Yo tengo la principal responsabilidad en ese rigor y no lo niego, porque fui yo quien planteé: no, en tales y tales condiciones [amenaza norteamericana], lo correcto es esto, y tenemos que exigir una pureza total. –Y más adelante destaca- (…) porque necesitamos un partido muy unido, donde no haya la menor grieta, donde no haya la menor desavenencia (…), porque tenemos un enemigo [Estados Unidos] que ha estado usando la religión como ideología contra nuestra Revolución».
Cuatro años más tarde, se vino a reconocer al Estado cubano como confesionalmente ateo. Un grito a los cuatro vientos por pura formalidad.
En 1985 se produjo un importante paso de autocrítica. El propio gobierno reconocía que en la Isla prevalecía un régimen de discriminación religiosa incompatible con los ideales que promovía el proceso político nacional.
Ante una interrogante del intelectual brasileño Frei Betto el propio Fidel comentó:
«Si me preguntan si existe cierta forma de discriminación sutil con los cristianos, te digo que sí, honestamente tengo que decirte que sí y que no es una cosa superada todavía por nosotros. –continúa el mandatario- Existe, y creo que nosotros tenemos que superar esa fase (…)».
A pesar de este paso declaratorio fue necesario esperar a que cayera el Muro de Berlín, al IV Congreso del PCC en 1991 y a la Reforma Constitucional de 1992 para que las altas instancias estatales definieran la discriminación religiosa proscrita por la ley explícitamente, como ya se había hecho con las de género y raza.
No obstante, varios analistas consideran que el importante logro de llevar a planos constitucionales este acápite solamente resultó efectivo en el marco jurídico; no así en la práctica.
Por otro lado, una investigación realizada por el Centro de Estudios de América (merecedora del Premio de la Crítica en 2006) da cuenta de otros peligros que el cristianismo cubano ha de enfrentar.
El texto, titulado Los llamados Nuevos Movimientos Religiosos en el Gran Caribe, indaga en la manera que varias sectas afectan a grupos consolidados -como los evangélicos- en la región.
«En los últimos años apareció el movimiento neoapostólico –destaca el texto- frente al cual han reaccionado líderes y pastores de la Iglesia Evangélica Pentecostal (Asambleas de Dios) por la amenaza que representa para la unidad de la Iglesia nacional y por la violación que entraña a la histórica estatura espiritual del apostolado bíblico debido a la manera anárquica en que son nombrados estos apóstoles. –Y advierte el estudio- Se han desprendido congregaciones a causa de este movimiento y pudieran producirse otras separaciones».
No obstante, ni las presiones sociales y estatales, ni las nuevas corrientes de pensamiento han logrado desterrar la semilla del evangelio en Cuba. Tampoco han impedido que en los últimos veinticinco años el número de cristianos aumente.
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Con la crisis de los 90 llegó también el llamado «avivamiento» para la Iglesia cubana, y ya el siglo XXI se perfila hacia una mayor apertura y participación del pueblo de Dios en espacios públicos de toda la Isla.
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